De los tres elementos de la composición coreográfica de la cueca: Forma, Estilo y Carácter, no debemos olvidar que:
- La Forma: (coreografía) Se enseña.
- El Estilo: (modo de ejecutarlo) Se forma.
- El Carácter: Se nace con él, es individual, el sello personal. Se puede imitar, pero no se logrará nunca ser una copia fiel, pues se pude clonar cuerpos, mas no el alma ni el carácter. Para dejarlo Más claro, El carácter es la huella digital de nuestro interior.
El hombre chileno junto con amar la libertad, que defendió valientemente durante las luchas de la Independencia, ha demostrado tener, también, nostalgia de aventurero y tiene sueños de andariego. No es extraño entonces que este buscador de mundos, amante de la libertad y de la aventura (inestable y activo), manifieste todos estos atributos durante el desarrollo de su baile nacional.
La actitud de la mujer durante el baile no tiene la misma condición de libertad y separatismo que emplea el hombre, pues, se encuentra constantemente acosado y limitado en sus evoluciones. Sin embargo, no se deja tomar, ni aprisionar en ninguna forma; su condición de mujer, madre y esposa la convierten en el centro de gravitación que sostiene el núcleo familiar.
Así también en la cueca es, la mujer, el centro de gravitación que sostiene la unidad coreográfica. Porque cuanto el hombre realiza está destinado y dirigido hacia su compañera de baile: la sigue y se hace seguir, trata de adivinar sus deseos y de corresponderle siempre en el variado juego de pasos y figuras.
La iniciativa del hombre y la dirección que le corresponde tomar durante el desarrollo del baile se refiere al asedio constante que ejerce sobre su compañera, a la fuerza y orientación que deberá imprimir a los diferentes movimientos. Pero el fin último hacia donde se dirigen todas las acciones del hombre, es siempre la mujer.
Si se tiene presente que la música y las acciones están orientadas y destinadas hacia la mujer, se comprenderá por qué la cueca se baila siempre entre dos personas de distinto sexo. Así, la pareja debe tratar de entregar, en todo cuanto realiza, la idea de un diálogo ininterrumpido, sin detenerse un solo instante, hasta que mueren los ecos del canto. Este diálogo mudo, entablado durante el baile, fundamenta y reafirma el contenido de sus símbolos en la propia y natural forma de expresarse que tienen la mujer y el hombre en la diaria convivencia.
La mujer con su naturaleza pasiva, asequible, intuitiva, tierna y sensible, hará siempre movimientos mesurados y delicados, de alegría serena, de suaves emociones. El hombre manifiesta su temperamento y su naturaleza activa con movimientos de mayor fuerza, que arrancan de una mentalidad acostumbrada a decisiones enérgicas y audaces.
El contraste que resulta entre la expresión de estas dos naturalezas diferentes es lo que da origen y sentido al lenguaje que se advierte durante el desarrollo de la cueca chilena, por lo que sólo es posible realizar esta obra de belleza y de profunda simbología cuando intervienen dos bailarines del sexo opuesto.
Hemos dicho que al hallarse separadamente se pone de manifiesto el amor a la libertad, y debemos agregar que ello envuelve también un gran amor a la vida. El instinto de conservación de la vida es la gran fuerza que empuja al hombre en el tiempo y en el espacio.
“La cueca es un canto de alegría, de amor y de libertad, en consecuencia es un magnífico canto a la vida. Es una obra de arte perfecta y un símbolo de la personalidad espiritual de la gente de nuestra tierra, por lo cual, tenemos el deber de velar por su ejercicio y conservación.”
(Exequiel Rodríguez Arancibia)
La cueca es una ceremonia de valores dancísticos y espirituales en la cual la pareja tiene la oportunidad de revivir el rito milenario del amor. Es una forma musical de altísima riqueza expresiva, una manifestación íntima y personal que nace en lo más profundo de nuestros sentimientos. La cueca acoge con exquisita sensibilidad la personalidad propia de quien la interpreta, adaptándose a las características del lugar donde se cultiva. Pero la cueca es una sola y tan rica en su dimensión espiritual, que le ha permitido llegar a lo más profundo de nuestro ser nacional, convirtiéndose en un símbolo de nuestra identidad.
La cueca tiene un rasgo que o podemos pasar por alto y es su enorme potencialidad de vida, pasada, presente y futura, que ella conlleva en su esencia. Si la cueca es un romance, el romance es amor y el amor es vida. La cueca lleva en sí la huella trascendente del espíritu colectivo del pueblo chileno.
Por otro lado, la cueca abarca en su concepción la propia cuna de la raza chilena, aunque su aparición social se produce en forma contemporánea a la independencia, un hecho político de identificación nacional, después del cual aflora con fuerza incontenible y con un notable sentido de supervivencia.
“El pueblo la creó como expresión libertaria y guiadora de su ser chileno y universal, y, quizás por eso la llamó su alma. Su carácter espiritual y sublime la identifica y separa claramente de un simple conjunto de evoluciones coreográficas. Es la señal más notable de pertenencia a un mundo que se construye, a un mundo que busca las claves de autenticidad y de la perpetuidad”.
(Osvaldo Barril León.)
“La danza de la cueca es un cortejo, lenguaje o diálogo de amor sin palabras. El galán, con desenvoltura, picardía, viveza y gracia; la dama, demostrando altivez frente a los requerimientos. Esta danza no está sujeta, ni obedece reglas determinadas que impidan la propia iniciativa o donde se anule la personalidad y el temperamento distinto que cada cual. Por eso tiene que haber inspiración y expresión en todos los sentidos, libertad absoluta y luz verde en los ademanes, movimientos y gestos, para bailar con todo el cuerpo y posesionado por el ritmo. Las parejas para bailar con elegancia, con orgullo y fuego en la sangre, deben compenetrarse y sentir la música; de lo contrario pierden la fuerza, la emoción y esa alegría contagiosa del carácter chileno. La cueca de Chile es la gracia, sal y pimienta de la nacionalidad; por eso antes de aprender a tocar, a cantar y bailar, hay que meterse la patria en el corazón, en el alma y en el cuerpo”.
(Fernando González Marabolí)
“La cueca puede procurarnos la emoción de ir sorprendiendo la revelación intima del hombre y al mismo tiempo de intuir rasgos diferenciales de nuestra nacionalidad: la humildad, la resignación, la gracia ingenua o picaresca, la provocación tímida o ardorosa, la setimentalidad jubilosa, La arrogancia viril, la coquetería femenina. Toda una gama de expresiones encuentra cabida en esta danza creada así por nuestro pueblo para su expresión más personalísima”.
A principios del siglo XX, el Príncipe brasileño Luis de Orleans, escribe sobre su visita a Chile en 1907: “La cueca es la danza nacional chilena. Los ejecutantes de guitarra, de tamboril y de arpa atacan un preludio, que es como un sordo rumor seguido de escalas cromáticas y rasguitos tremendos, parecidos a los de una fanfarria. Una pausa breve y luego todos los presentes baten palmas; y al compás empieza la cueca. La danzante, con pollera ligeramente realzada, el busto echado atrás, esquiva al bailador que la llama multiplicando sus giros de piernas y precipitando el ritmo de sus pasos. Pero la insensible se le escapaba. La acosa sin cesar, ya la tiene... Con un bello arqueo de cintura se ha escabullido y le deja allí plantado, confundido; ella le huye desconcentrándolo con su pañuelo de encaje. El otro insiste, gira sobre sí mismo como un llavín, despliega el máximo de sus gracias, pero es en vano. Cuando al último, la bella, vencida por tanta perseverancia, consiente en dejarse oprimir por los brazos del galán, la escena ha terminado. Viene luego la chicha. La música como un eco del sentir de aquellos dos corazones, acompaña la persecución y la esquivez..., pintando la alegría más loca y el más sombrío abatimiento. Me gusta la cueca por lo bien que simboliza a Chile..., con sus periodos de trabajo y de victorias anteponiéndose a años de inercia y desaliento”.